El comisario Hogan, un hombre totémico, que parece tallado en piedra, se introdujo en la sede del Ceip, en la calle Cierzo de Tricio, como si se metiera en la casita de Hansel y Gretel. Había gente en la placita vecina, junto al Café de Abajo, jugando a ver en qué coche llegaban los invitados de postín. El ministro Planas, con su discreto aire de tecnócrata, pasó inadvertido, pero la aparición del comisario Hogan despertó murmullos de asombro: hubo la sensación de que la Unión Europea entera, con sus 28 países miembros, había dejado de repente de ser un ente abstracto para encarnarse en una sola persona de tamaño colosal.
A Phil Hogan, natural de Kilkenny (Irlanda), se lo llevaron a Tricio para que comprobara que el dinero europeo que cae en La Rioja lo hace en suelo fértil. Lo sentaron en una butaquita quizá demasiado angosta (es un hombre nacido para ocupar un sillón de orejas), le dieron una bolsa con productos de la tierra y le explicaron dónde han ido a parar al menos una parte de los 15,23 millones de euros del Programa de Desarrollo Rural para el sexenio 2014-2020. «Puedo asegurarle, señor comisario, que estrujamos hasta el último euro que recibimos», enfatizó José Miguel Crespo, presidente del Ceip, una entidad que en sus 30 años de historia ha apoyado más de 400 proyectos para luchar contra la despoblación en lugares como Lumbreras, Daroca, Canales o Alberite.
Esther Rubio, gerente de Rioja Suroriental, escogió dos casos recientes para demostrar la fecundidad de los fondos europeos: el desarrollo de la Ruta del Vino de Rioja Oriental; y la recuperación de las cuevas del Cidacos. Finalmente, Begoña Jiménez, presidenta de Adra (Asociación para el Desarrollo de La Rioja Alta), cedió su turno de palabra a la escocesa Giorgia Mariani, gerente de la Posada Ignatius, de Navarrete: un palacete del siglo XV, antigua propiedad del duque de Nájera y aposento ocasional de Ignacio de Loyola, rehabilitado con ayudas europeas y convertido en un confortable hotel nacido en la confluencia de dos caminos espirituales (el Jacobeo y el Ignaciano).
Hogan escuchó los casos prácticos sin mover un músculo, vio los vídeos y luego subió al atril. Mirando a Crespo, prometió que no iba a haber «menos dinero» para los programas de desarrollo rural en el futuro y esgrimió su origen irlandés para demostrar que nada de lo que allí se había dicho (desde los monasterios a las cuevas) le resultaba ajeno: «En La Rioja tenéis un vino de primera y en Irlanda tenemos una cerveza de primera, así que podemos trabajar juntos», sonrió.
Cuando el comisario se marchó, el desfile de siete cochazos oscuros de grandes cilindradas y con los cristales tintados por la calle Cierzo de Tricio resultó digno de verse. Parecía la escena final de Bienvenido Mister Marshall, con dos diferencias: estos sí que pararon y algún milloncejo traen todos los sexenios.
Fuente: La Opinión | Emilio Barco